lunes, 30 de julio de 2012

Untitled

Su boca, los labios que se hundían al contacto con mi piel. Dos lineas de carne que se separaban para dar paso a la humedad y a la fuente que me empapaba de todo lo que me tenía enamorado. Más allá de los fluidos, estaban las palabras, siempre atrayentes.

Más allá. Yo seguía ahí, dormido, descansaba en su lengua. Dejándome llevar mientras me sintiera cómodo, siempre ahí, como meciéndome en una hamaca, de la cuál sólo bajaba para ajustar las ataduras, quizá cambiar las cuerdas, pero siempre la misma hamaca, el mismo árbol.

Entonces él se rompió. La verdad se volvió incontenible: salió mojándonos a todos, pero sobre todo a él. Un río de suciedad salvaje, que no paró hasta dejarnos casi ahogados, arrojándonos en cualquier orilla en donde, aún sin aliento, yo solamente pensaba en su boca.

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