miércoles, 21 de noviembre de 2012

Sin miedo

Yo ya para esos días y más especifico ese día en el que amanecí en este cuarto blanco, blanco de todo a todo, sin saber que había pasado, ya había dejado de creer en cualquier cosa posible; mi mamá que era curandera -curandera de las buenas, de las del mercado República no de las falsas y caras del mercado Revolución-, me había ya ahuyentado desde hacía muchos años todos los males, y de paso también bienes, porque quesque según ella hasta lo bueno no era tan bueno.

Y pues esa es la razón de mi no-creer; desde hacía años que yo ya vivía sin miedo y sin fe, por un lado riéndome a carcajadas de los otros por su insistente miedo al todo, y a la nada, y por el otro reprochando todo lo bendito y sagrado, aunque de eso no tiene la culpa mi mamá, que sólo era curandera y que muy aparte de sus hierbas, pociones y huevos era asidua de ir a misa todos los domingos y hasta poner a sus santos de cabeza.
Ese desentendimiento de fe, o lo que sea que fuere, fue provocado por mi tío, hermano de mi mamá la curandera, mi tío era fanático de Freud y siempre me decía que mi mamá mas que curandera estaba loca, y que sus hierbas y su san Juditas para nada servían y sólo la llevarían a la ruina, y a mí me iba a llevar entre las patas, en cambio Freud, Socrates, Hegel y Aristoteles con sus cientos de teorías que él llamaba verdades eran lo que nos iba a sacar de este pueblo y darnos una mejor vida, -Esos si eran buenos- decía.

Y pues así crecí, sin miedo, sin fe y también de paso sin existencia gracias a todos esos tipos con apellido raro que leía mi tío. Con todo su sexo, cuestiones y cavernas que sólo me revolvía más la cabeza y también el estomago. Pero como yo sólo tenia a mi mamá la curandera y a mi tío el fanático de Kant -porque también cabe aclarar que sólo era fanático, nunca estudio a ciencia cierta todo lo saco de su tío José (según mi mamá la curandera)-, y entonces como sólo los tenía a ellos pues no tenía más que decir que sí a todas sus frases trilladas.

Entonces fue cuando cumplí dieciséis cuando de plano me harté de todo, me harté de mi mamá y sus jabones curativos, me harté de mi tío y su Descartes, me harté de todo y me fui con una mano adelante y la otra atrás, sin nada; aunque peor que muchos porque nunca tenia ni miedo, ni fe, ni respeto por nada ni nadie.

Entonces un día desperté acá, en ese cuarto blanco, blanco de todo a todo, de aquí pa'allá y de allá pa'acá; las mujeres y hombres grises que acá están nunca hablan, sólo murmuran, no son como mi mamá la curandera ni como me tío el... pues mi tío. Acá sólo duermo, como, y me limpio, allá sólo decía que sí para que no se enojaran conmigo, acá hay mujeres grises con uñas rojas que duermen a uno como bebé entre sus brazos, y hombres grises que hablan con uno sin parar creando mundos en sus pequeñas anotaderas sonriendo con cada pendejada que suelta uno, allá mi mamá cura a la gente con sus rezos y bailes, mi tío lee lee, maldice y maldice.

Como los extraño, a mi mamá la curandera y a mí tío el fanático platónico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario