sábado, 22 de septiembre de 2012

Día fragil.

Hoy amanecí con menos sueño y salgo de mi casa con tiempo de sobra, tal vez me de tiempo de comprar algo de café. Subo en la parada usual, y algunos asientos ya ocupados. Elijo uno en medio para que al leer no me estorbe tanto el andar del autobús, tomo asiento y observo a mi al rededor, un chico de alrededor 19 años acompaña al chofer en el asiento trasero, en los asientos siguientes una señora con su hija de preparatoria hablan de cosas a las que no suelo poner atención, asientos detrás una pareja joven con atuendos deportivos, a un lado dos ancianas critican lo que no tienen y presumen lo que pueden; más atrás dos jóvenes con mirada coqueta y detrás de ellos una madre adolescente con su hijo de escasos meses, carriola, pañales, cobijas y su querido a un lado.

Vuelvo a mi realidad y recuerdo que sera otro día de esos, de los que tendré que estar en este mundo, el real y bonito e imperfecto y no en aquel mio y sólo mio, seguir sin audífonos para escuchar algo de música mientras leo es necesario en mi vida, es como mi propio soundtrack de cada libro. Reviso mi mochila y algo me falta, ¡mi mundo!; soy de esos que siempre tiene que olvidar algo en su cuarto, siempre, no importa que sea, o no sé, tal vez soy al único al que le pasan estas cosas. Maldigo tanto en mi cabeza y en tantos idiomas que comienzo a preguntar por la relación de todas esas diferentes palabras para pronunciar lo mismo. Joder.



La sirena de una ambulancia y la de una patrulla de policías es lo que me hace volver dentro del autobús, veo alrededor para saber si sólo fueron pensamientos que se quedaron en mi cabeza o si acaso sobrepasé mis palabras y las grité; no veo camio, las mismas platicas y las mismas caras, sin asombro alguno en sus rostros más que los de los jóvenes que siguen con su mirada coqueta. Paso sin parpadear y me hundo en mi asiento.

Y ahora siento que serán los 30 minutos más eternos de mi vida, más eternos que pasarlos en la cena familiar navideña, o peor que un mal episodio de The Big Bang Theory, o aun más eternos que... ¡dios! Que todo, más eternos que todo. Lo pienso y lo pienso y llego a la conclusión de que es estúpido, que me escucho estúpido y soy estúpido al poner un libro y la música como primer elemento de mi vida. Pienso en algo que me saque de ahí, en algo me tendré que entretener, miro mi mochila y descubro que está vacía, entonces vuelvo a observar, dos o tres vueltas completas al autobús... ¡espera! Podría ser buen ejercicio... ¡NO! El psicoanálisis es lo peor que puedo hacer, pero, pero... está bien mal, y así comienzo a escuchar, comienzo a comprender, comienzo a aprender, soñar y sobretodo a odiar.

*Foto de Francisco Mata © 

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