jueves, 6 de septiembre de 2012

Él

De lo que me gusta más es observarlo actuar, y no hablo de que sea actor (gracias al cielo que no lo es); hablo de tomar su cámara y hacer lo suyo, incluso más suyo que mio, es como si se convirtiera en otro ser, con el mismo cabello despeinado, con la misma ropa de dormir y su boca apretada, como si nunca hubiera salido palabra alguna en toda su vida; en cambio, sus ojos pasan de ser lejanos para ser objetivos, su tono de voz se convierte en amenazante que algunas ocasiones no aguanto la excitación que provoca, le quito su cámara y lo beso. Es como si le diera vida a lo artificial, como si llenara de luz un espacio vacío; su arte es el de la luz.

Es hermosa la forma en que algunos pocos segundos se convierten en eternidad para mí, y en eternidad de la buena, de la que nunca quisiera que acabara; verlo de perfil con la cámara es de los mejores placeres pequeños de los cuales soy poseedor, él ajustando la velocidad y el diafragma correcto para dejar entrar la luz exacta para crear un buen ambiente, que me recuerda las veces que nunca es demasiado y que nunca es suficiente cuando estoy a su lado; él tomando el lente y ajustando al perfecto enfoque que me recuerda que debo de practicar para ser mejor en eso y que si se da cuenta que lo observo estropeare el momento -así que disimulo-; él tomando el angulo perfecto y recordándome que no debo de fiarme con las reglas primordiales, que tengo que buscar cosas nuevas y nuevamente, que tengo que practicar, practicar en todo; él presionando el botón que me recuerda a mi clases en la escuela de fotografía y lo feliz que era cuando asistía, las cortinas de la cámara, los espejos y la luz reflejada. Y después él mirando el resultado final y dibujándose una gran sonrisa, que me recuerda que ama más a su gato que a mí y que gracias a eso, confío en que es de verdad lo que nos decimos acerca de lo que sentimos. Y que nosotros tal vez no tengamos París, pero nos tenemos pase lo que pase.

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