domingo, 23 de septiembre de 2012

Intervalo

Creí que podría escribir de música como quien escribe de amor, y ademas, fue idiota de mi parte suponer que podría escribir de amor como quien escribe de música. Después me di cuenta de que es imposible, de que cuando te conocí creí que eras una segunda menor, y separados somos una bella melodía, somos el inicio de Para Elisa, somos esa magia que se da en las escalas de Jazz, donde yo creo que los semitonos le dan ese nosequé al género. Separados somos geniales.
Pero cuando aprietas un do y un do sostenido al mismo tiempo (al mismo tiempo, porque como apoyadura aun suenan bien), sale un sonido chillante y molesto, imposible. Creí que eras eso, que estaríamos bien separados y que juntos no íbamos a lograr nada salvo fastidiar a los demás y fastidiarnos a nosotros mismos, opacarnos el uno al otro porque somos casi idénticos, apenas medio tono, unos cuantos Hertz mas arriba, tristes, desesperantes, disonantes. Pero ¿Que tiene de malo ser iguales? ¿Que tiene de malo tener cosas en común? Eso. Es música. La música te da la respuesta. La música es la respuesta a todos los problemas. Así como Pitágoras decía que todo era matemáticas (viejo loco, demente, decrepito, inútil) yo me atrevo a decir que todo es música (joven loco, demente, decrepito, inútil) y sé que moriré de hambre. Y sé que soy disonancia con todos.

Pero cuando dejé de intentar comprenderte...
"Sé que voy a quererte                     sin preguntas
sé que vas a quererme                     sin respuestas."
(Benedetti: ¿Quien carajos te crees para venir, meterte en mi escrito imposiblemente musical  y decirme qué hacer en mi caraja y personal vida amorosa a través de tus poemas cursis que tanto me dan ganas de dedicar?).
Cuando dejé de intentar comprenderte comprendí que tal vez no eras una segunda menor, no eramos cacofonía juntos, tal vez. Tal vez fuéramos armonía, tal vez somos armonía. Quizá eres una tercera, una quinta...  Tal vez eres una alteración accidental en mi escala y vienes a cambiarme la vida, el sonido, la melodía.
Imagínate, la pobre escala va sonando como puede, poco a poco, apenas aprendiendo a vivir siendo una escala, en el mundo de las escalas, y va y regresa y vuelve aclimatándose a su cuerpo, y de pronto... llegas, un sostenido en una nota... y aveces ese sostenido es lo único que hace falta, ese lo único que se necesita para lograr una melodía perfecta... o para echarla a perder. De pronto llegas y le aumentas medio tono a mi vida y es suficiente para destantearme y arruinarme o hacerme mas bello. Hermoso. Yo que soy una canción desafinada, llegas y me pones todo en orden, pero primero me haces dudar, llegas, te plantas en la hoja, en el pentagrama, y esperas a que yo canción, te comprenda, o que no te comprenda, solo te utilice (Sin preguntas, dice Benedetti, y lo haremos a su estilo, Benedetti´s Style). Entonces no te comprendo y solo te hago parte de mi. Y solo te haces parte de mi y alteramos el orden de las cosas.
Y entiendo que no puedo hablar de música como de amor, porque no entiendo ninguna de las dos, y no te entiendo, y no te encuentro. Y no hay escuelas de amor, aunque haya escuelas de música, y debería ser lo mismo, porque todo es música. Incluso tú, tercera, o segunda, o quinto grado armónico, o alteración accidental. Incluso yo, tónica, o primer grado armónico, o escala natural. Incluso la vida pentagrama. La muerte doble barra. Dios compositor, o instrumentista o instrumento. Incluso el universo partitura enorme. y el intervalo armónico que creamos. Y nuestra historia compás. Y yo quisiera que seamos el compás final,  con un calderón arriba y que el director nos borre cuando se le antoje, pero que nos borre juntos, que dejemos de sonar juntos, como estuvimos destinados a sonar desde el principio, aunque tú llegaras después. Y que lo mas parecido al amor que tendremos jamás, es un bello sonido. Una bella melodía. Y entiendo que no puedo hablar de música como de amor, ni de amor como de música, porque son lo mismo, y no puedo hablar de ti como de mi ni viceversa porque somos un intervalo, y los intervalos siempre van en pareja.



El director hace un crescendo con las manos. Suena el calderón final. El director baja la batuta y ambas manos con un gesto rápido y determinante. La orquesta termina con un tutti sonoro. El ultimo intervalo resuena por todo el teatro, majestuoso. Aplausos. Se cierra el telón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario