Todo ese tiempo estuve
pensando en lo último que me dijiste, lo que me susurraste al final, tratando
de analizarlo aunque lo único que lograba era dar vueltas por la cama, girando
mi cabeza y moviendo los ojos en todas direcciones sin observar realmente. Las
horas pasaron desapercibidas mientras el sol hacía su camino alrededor del
mundo. Tampoco supe cuándo se comenzó a iluminar el cuarto a través de los
pedazos de ventana que quedaban sin cubrir. Ya era de día cuando quedé dormido.
Creo que fue al anochecer que me
despertaron los ruidos de tu llegada: llaves abriendo cerraduras, puertas
rechinando, tus cosas cayendo sobre la mesa y tú haciendo lo mismo en el
sillón. Sonidos casi imperceptibles, pero supongo que mi cerebro estaba ansioso
por cualquier señal de tu presencia. No supe qué hacer. Quizás ahora viviría
encerrado entre mis cobijas; serían la jaula que me protegería del mundo. Te
escuché quitarte los zapatos con el sonido hueco de las suelas al caer al piso;
prepararte la cena en silencio, el rozamiento de los cubiertos con los platos,
tus mandíbulas al masticar; todo en movimientos lentos que delataban la fallida
intención de hacer el menor ruido posible.
Era insoportable y, con los
ojos cegados por la ahora completa oscuridad del cuarto, preferí salir a
enfrentarte. Detuve la mano en el pomo de la puerta. Aún no sabía qué decir. No
es fácil ser traicionado, pero tampoco es tan sencillo ser quien encaja el
puñal. Yo, aunque apenado, no me arrepentía. No sentía la autoridad moral suficiente
como para pedir perdón, porque realmente estaba seguro de haber hecho lo mejor.
Además de todo, tú estabas
cansada y yo demasiado abochornado por el encierro, fastidiado de no moverme
más que de la cama a la puerta. Hubiéramos terminado en lágrimas; tus lágrimas.
Ahora lo sabes: sí me importaba. La posibilidad de ahorrarte más dolor era
suficiente para hacerme cambiar todos los planes. Me aguanté, entonces, las
ganas de salir a comer, estirar los músculos un poco y contraer las pupilas.
Después de un par de horas escuché que te ibas al otro dormitorio. Ni siquiera
entonces me atreví a salir. Después de un rato estaba nuevamente dormido, creo
por pura tristeza. Me parece que ese fue el verdadero inicio.
Me quedé ahí, solo y desnudo,
con una somnolencia sobrenatural como mi compañera. Pasé quizá semanas en una
inconsciencia intermitente, de la que sólo despertaba para escuchar a través de
los muros los ruidos que hacías al llegar y al irte de casa. Nunca me buscaste.
Me daba la impresión de que intentabas pasar fuera el mayor tiempo posible. En un
comienzo navegaba entre oleadas de pesadillas, contrapuestas con escenas
hermosas que no sé de dónde saldrían, pero poco a poco mi mente fue quedándose
tranquila, vacía, como si se estuviera purgando de todo lo innecesario. Luego
ya no soñaba nada. Oía tus ruidos, sintiéndome cada vez un poco más
intranquilo. Quería salir y verte, estar junto a tu cuerpo.
Me olvidé de todo lo que había
pasado antes, tiempo después ya no recordaba ni tu nombre. Me comencé a sentir
ligero y ágil. Realizaba movimientos muy mínimos, aunque los hacía sin siquiera
percatarme. Estaba en un extremo del cuarto y luego del otro, así sin más.
Perdí el sueño, al igual que todo sentimiento que no fuera la obsesión de
escucharte y estar contigo. Dejé de dormir, sin embargo no me sentía realmente
despierto salvo cuando te percibía. Volvía a estar consciente únicamente cuando
estabas cerca, como si ahora mi consciencia te perteneciera. Entonces ya sólo
me quedaba eso: una conciencia. Una conciencia prestada, sin memoria o
razonamiento alguno.
No supe en qué momento mi
voluntad de seguirte me rebasó. Tan sólo recuerdo haber sentido la luz
quemándome por un instante y después ya estaba tras de ti, mis pies pegados a
los tuyos. Me acostumbré a la iluminación para ver vi mi cuerpo como una mancha
translúcida que se derramaba por toda superficie. Tú no lo notaste, pero cuando
comenzaste a caminar me arrastraste contigo. Ahí fue cuando lo supe todo, lo
que sucedía ahora y lo que ya había sido.
De lo que no tengo idea es de
qué pasó con lo que yo era antes. A lo mejor si me encuentran van a pensar que
se me escapó el alma en un suspiro, cuando yo creo que fue al revés.
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