lunes, 27 de agosto de 2012


La Ciudad



Mi némesis es esta ciudad. Cualquier ciudad.

Sus calles, sus autos y su aire. No es rencor u odio. Es sólo que siempre he preferido, desde pequeño, los lugares alejados de las grandes urbes. Lejos de las grandes manchas de concreto. San Luis es bella, es como una dama arreglada para la noche y algo desaliñada por la mañana. Siempre es más bello para mí el San Luis nocturno y misterioso, sus vampiros deambulando en busca de cariño. Pero me atraen más la humedad de la tierra suelta llena de hojarasca y la sequedad del desierto; a diferencia de nuestros parques, me gusta ver árboles sin arreglo alguno, sin alineamiento, aleatorios como la vida.

La primera vez que salí al exterior, fuera de esta colmena humana, me sorprendí ver otra cosa que no fueran casas, puentes, negocios y edificios altos. Mis ojos se asombraban de ver cómo los árboles y el paisaje cambiaban en ruta de San Luis a Michoacán; me maravilló el extenso desierto altiplano, el bajío, el centro y el sur. Sobre todo despertaba en mi un sentimiento de espanto y reverencia por la naturaleza cada vez que llovía con furia sobre la enorme laguna de Pátzcuaro. El simple olor de tantos árboles, tanta vegetación, tanto verde irritaba al principio mi olfato, acostumbrado al humo y la contaminación.

Pero tiempo después, la canción de tantas aves y todo aquel polvo esmeralda cubriendo la tierra me ganó, me ganó para siempre. Y el desierto no es menos bello: su quietud y la antigüedad que despide no se pueden comparar. Es tan solemne y vasto como el mar, y puede ser igual de cruel cuando no se le sabe tratar. Sus vientos rugen y con ellos carga el polvo de milenios y huesos. El mar, la montaña, el pantano y la pradera, no se diga más.

Entonces regresé.

Tenía 12 años y volver a la mancha de San Luis, incluso desde antes, a la de la ciudad de Morelia, aunque muy bella, significó para mi un golpe de tristeza que aun me hace sentir un gran vacío que sólo la nostalgia puede intentar llenar. Cambié las canoas por autos, la espuma del lago por humo, y el verde del bosque por el gris del cemento. El ruido, después de regresar a la ciudad es quizás el peor y más en el centro de cualquier ciudad. Sí hay aves, pero más que nada palomas. Sí hay árboles, pero a penas sobreviven.

Y a pesar de que la mano del ser humano alcanza actualmente casi cada rincón del mundo, la Luna y Marte, mi corazón añora siempre aquellos lugares donde nuestra presencia no sea tan necia, donde no sintamos la necesidad de asfixiar la tierra con más concreto, de querer dominar los arroyos para entubarlos, de arrebatarle a los árboles su espacio sólo porque se negaron a crecer sus raíces bajo las banquetas.

Por eso San Luis y toda ciudad es mi némesis: es mi Magneto, es mi Guasón, es mi correcaminos y mi Lex Luthor; porque a veces la odio y a veces la amo, porque por más que la odie no puedo matarla ni dejarla a su suerte, porque a veces es bella y me hace preguntar ¿por qué no puedo dejarla? Y otras veces pienso que así como las abejas son para su colmena, así nosotros los humanos somos para La Ciudad: con su reina en el centro rodeada de zánganos alimentados por las abejas obreras, creciendo a lo largo y lo ancho por años. Y quizás este sea nuestro destino, crecer y crecer hasta devorar La Tierra.


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2 comentarios:

  1. Me gusta mucho el uso del lenguaje. ¡Bien!

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  2. Gracias ^^ hasta ahorita todo lo que he leído de todos me gusta, prometo poner algo de retroalimentación :)

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