Verano, caminando
por los alrededores me encontré con un salón de juegos, más bien una
jaula callejera dónde se practica fútbol clandestino, un salón pequeño en comparación de una
cancha semiprofesional, se oía el correr, de un lado a otro, de los doce
jugadores, algunas mentadas de madre, resbalones y ¡un pitido! Era el fin del primer
tiempo, los jugadores venían chorreados en sudor, alguno traía la cabeza
abierta, le escurría sangre por el cabello y hasta el cuello.
Por una u otra razón me quedé
hipnotizado viendo como los jugadores se secaban sus rostros o se aventaban
agua sobre el cuerpo, algunos caminaban como locos, otros se acongojaban por el
dolor de los golpes, no había reglas, las faltas estaban permitidas y
premiadas; todos con sus pieles requemadas por el sol y las horas de juego,
jóvenes de entre 18 a 25 años. No había ni uno guapo, todos estaban deformados
por cicatrices, cortadas, costras, tristeza, pobreza y necesidad.
No podía quitarles los ojos de
encima, no podía dejar de imaginar sus historias mientras corrían de regreso a
la jaula, se hacían señas; el pitido los hizo entrar en acción. La fascinación
me atrapaba y empujaba a verles correr detrás del balón, correr y correr, de un
lado a otro, imantados por el esférico, se golpeaban, pateaban, corrían,
gritaban y ¡Gol! Todos aplaudían.
Entonces había uno, moreno, alto,
delgado, ajado, cuyas piernas estaban llenas de músculo, su joven cara apenas
se veía detrás del sudor, traía una banda en el brazo derecho, creo era el
capitán, un macho alfa, dominador de la manada, un grito suyo desencadena
reacciones múltiples, todos está para él y él para sí mismo. Le respetan,
estratega del gol, anotador estrella, jugador de uso rudo. Su uniforme
blanquiazul está manchado de sangre, de esfuerzo, de sol.
De vuelta al juego, corre detrás
del balón dominándolo, parece extensión de su voluntad, pero dos hombres,
bastante más voluminoso lo siguen, se defiende, los burla, pero los hace
enojar; lo acorralan en una esquina y lo embisten, el balón salé volando y lo
retoma el equipo contrario, uno de ellos le regala una patada en la rodilla, se
le escapa un lágrima de dolor y coraje, está incapacitado. ¡Tiempo fuera!
Sale cojo de la jaula enrejada,
apenas cierran la puerta tras él entra otro, y un pitido retoma el juego, a
pesar de su experiencia, no es indispensable; el entrenador le avienta una
toalla y le dice, << vete de aquí >>. Su cara es un rictus de dolor
permanente, enseña sólo la dentadura y frunce el ceño. Hacía mucho calor, yo
empezaba a sudar, sin pensarlo me acerque a él, me quite la playera y con ella
le seque la cara, se resistió un poco a la caricia, me miró retadoramente, le
pasé un brazo por encima de hombro, << Vámonos de aquí >> le dije, <<
ya fue suficiente >>.
Sentía como escurría su sudor por
toda mi piel, por mi pecho, espalda y manos, su cabello dejaba caer gotas
olorosas que se evaporaban al contacto. << ¿Dónde vives? Te acompaño.
>> Caminaba dando saltos, le destrozaron la rodilla, estaba en malas condiciones,
me pidió descansar en un parque tirado en el pasto, cuando lo solté, se quito
los zapatos y soltó un alarido fuerte, maldijo su fortuna y se soltó a llorar,
su frustración era tanta que tuve que abrazarlo, atraído me sentía,
extrañamente atraído. Su ropa estaba empapada, su piel
morena se trasparentaba por la playera, alcanzaba a ver la silueta de sus
interiores, sus piernas me causaban magnetismo, quería tocarlas. << Déjame
ver tu rodilla >>.
Le toque rodilla y se crispó.
<< Tranquilo. >> Dócilmente dejo que observará, se veía hinchada,
enrojecida. Le miré los ojos con preocupación y él devolvió la mirada tomándose
el costado izquierdo, << ¿También te duele ahí? >> Le levanté la
playera y encontré un cuerpo descuidado, de piel resistente, quemada. Le toqué
con cuidado la zona lastimada, tenía raspones por el taco y las espinilleras
del otro jugador << Malditos >> blasfemé y él me sonrío.
Vamos al doctor pensé, pero antes
de articularlo dijo, << Nada de doctores, son muy caros, con un baño,
comida y un sueño me repongo. >> Intentó ponerse de pie, me tomó por el
hombro, caminamos tres dolorosos pasos. << No puedo llegar a casa así, mi
madre me corre. >> Lo decía preocupado. ¿Qué hacer? Con tantas
imposibilidades, se me ocurrió llevarlo a un hotel de paso.
En la recepción de un hotelito
asqueroso, dónde imaginé no habría prejuicios por dos hombres, uno semidesnudo
y el otro casi inconsciente por el dolor, sudando, se alarmaron porque no
querían que fuera a morir ahí, traía muchos problemas con La Tira, la policía. <<
Tranquilos es sólo un esguince y mucho cansancio. >> Sólo ocuparíamos el
baño y la cama para que él se durmiera.
Eso creía y seguía creyéndolo aún
después de entrar a un cuarto de la planta baja, después le dejé caer sobre la cama, y gritó. Creo que
estaba exageraba, hasta que << No es la primera vez que madrean la
rodilla, la tenía tocada >>, dijo. Le quité los zapatos y me preguntaba,
¿por qué estoy haciendo esto? Pero lo que más me intrigaba era ¿por qué también
él? Le retiré los calcetines también, las espinilleras y me di cuenta que lo
estaba desnudando.
Fui al baño por una toalla húmeda
para su rodilla y lo encontré quitándose la ropa frente a mí, como si me
tuviera mucha confianza, le puse la toalla sobre la rodilla extendida en la cama
y me dijo << más caliente >>, se pasó la toalla por la frente y por
el pecho, limpiándose el sudor del cuerpo, me extendió la mano con la toalla
<< por favor >>.
Regresé al baño y encendí las
llaves de la regadera, esperé a que saliera vapor suficiente, mojé la toalla
para regresársela; al voltear estaba detrás de mí; justo cuando las cosas
parecían otra vez normales, recordaba que era un extraño, posiblemente
peligroso, sin embargo estaba atraído hacia él. Algo me decía retrocede, sin
embargo avanzaba.
Se recargo en la pared y me
indicó que le bajara el resto del uniforme, como un zombie obedecía. El
contacto era tan de cerca que estaba excitado, acerqué aun más mi cuerpo que
aspiraba el olor de su impureza, de un tirón fuerte, intenté bajarle los calzones,
pero una firmeza se atoraba como rama, tenía una erección muy fuerte, gruesa.
Se apeno un poco y me retiró la mano.
Se metió al agua caliente y dejo
que le calara un poco, abrió la boca y la lleno de agua, yo veía como el agua
le recorría como cascadas piel abajo y la luz de la ventana se la encendía
color marrón, bajé la mirada con el agua y me detuve en su tremendo miembro
erecto, se agarró los huevos y mientras lo hacía yo no podía dejar de verlo. La
forma de su cuerpo me encantaba, qué verga tenía.
Tallaba su cuerpo con jabón, yo
me hice para atrás a admirarlo, la forma de sus brazos y su espalda eran
perfectas, armónicas al tamaño de sus piernas, tenía unas piernas hermosas,
velludas, ¿Cómo estarán las nalgas? Me leyó la mente y animalmente se dio la
vuelta y sus nalgas eran redondas, lisas y ligeras, se metió la mano entre las
nalgas, se lavaba el culo, estaba seguro, se estaba limpiando para mí.
Me desabroche el pantalón y me
bajé el cierre, a puntapiés me quite los zapatos y boté las calcetas, me acerqué y toqué su
espalda que se estremeció cuando apreté las manos y empecé un masaje, al mismo
tiempo me atraía a su cuerpo, ya tenía el cabello mojado, estaba muy cerca otra
vez, muy rápido. Imprimí fuerza para hacerlo gozar y no se quitará, estaba tenso
pero comenzó a relajarse, bajo la cabeza y dejó que le golpeara el chorro de
agua el cuello.
Cerró la corriente de agua y jaló
la toalla tibia, se la puso en la cara y salió del baño; caminé detrás suyo se
aventó en la cama, con la pierna estirada y nalgas arriba. Me quité el pantalón
para secarme el cuerpo, lo extendí en una silla, estaba muy mojado, no podía
irme así, tendría que esperar. Me senté en la orilla y me tendí sobre la cama,
pensando, ¿qué hacía yo con un completo extraño, un delicioso ahora menos
peligroso extraño, desnudo y lastimado? ¿Por qué estaba metido en esa
situación?
La cama era muy pequeña para
nuestros cuerpos, no había un solo espacio donde nuestras pieles no se rozarán,
parecían imantadas, nos atraíamos, volteó su cabeza y me dijo al oído, ¿cómo te
voy a pagar ésta? Me tomo la cara con su brazo izquierdo y me dio un beso.
Trató de voltearse solo y no pudo, le ayudé a darse la vuelta y casi me golpea
en la cara esa pinga erecta, estaba tiesa, húmeda y chorreaba un líquido transparente
que le hacía brillar la punta.
<< Es tuya >> entonces
pude tomarla sin miedo, le chupe de la punta hasta la base, parecía que chupaba
ambrosía, sabía tan rico, estaba tan firme, tenía una temperatura cálida. Le
acaricié fuerte los huevos, se los apreté con las manos, les pasé la lengua,
sus vellos púbicos tenían gotas de rocío. Lo masturbaba mientras le chupaba el
glande, mientras le hacia cunnilingus le apretaba los huevos, estaba dándole
servicio a manos y boca llenas.
Empujaba con sus manos mi cabeza,
el placer estaba ganándole espacio al dolor y la hinchazón, comenzó a gemir despacio, bajito primero, pero
con cada succionada elevaba el volumen; de inmediato se contralaba, los
espasmos lo hacían apretar los ojos, se veía tan guapo disfrutando. Sus labios
se sonrojaron, se llenaron de sangre al igual que su verga, apretaba el
abdomen, contraía las piernas, se endurecían, parecían unas rocas.
Mi boca estaba muy lubricada,
tenía media cara llena de saliva, me toqué el pene y empecé a masturbarlo, los masajes
en ambos miembros eran simultáneos, me encantaba ver su cuerpo contraerse y
relajarse, sus músculos se le pegaban a las cicatrices, su piel parecía cuero,
apretada y resistente. Empecé a sentir más caliente.
Se vino en mi boca, no puedo
evitar tragarlo, sabía espeso. Me tomé un segundo para disfrutarlo, no quería
sacar su miembro de la boca, seguía duro, punzando; estaba tan extasiado como
el recién eyaculado, con un largo respiro de aliento libere a mi boca. Me puse
de pie para limpiarme, cuando me detuvo de una pierna y me acercó a su cara,
quería devolverme el favor.
De manera torpe se metió mi pene
en la boca y empezó a chuparlo arrítmicamente, pero el sólo hecho de ver al
rudo jugador de fútbol callejero hacerme una mamada, me hizo sentir un fuerte
orgasmo, cerré los ojos, dentro de poco me estremecí por completo y me vine, él
no se trago mis mecos, al contrario, se quito sin desagrado, me apartó y él
busco, ahora, la toalla.
Lo vi recostarse, cerró lo ojos y
se perdió en un sueño muy profundo, mientras lo miraba desvanecerse por el
cansancio y la relajación pos orgasmo, busque mi ropa mojada a
hurtadillas. Me la puse la playera que era blanca, ahora estaba naranja, no me
puse los calcetines y salí corriendo, sin hacer ruido cerré la puerta, suspiré
hondo recargado sobre la misma en el pasillo del hotelito. No podía creerlo; me
fui, escapé.
No hubiera sabido qué decir, ni
qué hacer.
Creo es una muy buena historia, la verdad pensé que iba a ser tediosa y sumamente larga, pero me atrapó hasta el final. Si en verdad es una trilogía ya quiero leer las otras dos partes. Saludos.
ResponderEliminarSe están cocinando...
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